Michelangelo Buonarroti Simoni (Caprese
1475 - Roma 1564) fue un gran escultor, pintor y arquitecto renacentista
italiano; también un destacado poeta.
Infancia y
juventud
Nació
el 6 de marzo de 1475 en Caprese, en el valle Tiberina, en la actual provincia
de Arezzo. Fue el segundo de los seis hijos de Ludovico Buonarroti, podestá
(alcalde) del gobierno de Florencia, y de su esposa Francesca di Neri, un matrimonio
orgulloso de su linaje, que estaba ya en plena decadencia. Al nacer, dada la
delicada salud de su madre, fue confiado a los cuidados de un ama de leche,
Margherita, que vivía en Settignano, en el valle de Arno a unos tres kilómetros
de Florencia, donde los Buonarroti tenían su casa solariega, y cuya familia
trabajaba en las canteras. Allí fue donde aprendió a familiarizarse y a amar la
piedra.
Trasladada su
familia a las pocas semanas de su nacimiento a Florencia, gobernada en aquellos
momentos por Lorenzo de Medici, Miguel Ángel pasa allí parte de su niñez y
juventud, excepto breves temporadas en Settignano, donde siempre mantuvo buenas
relaciones con la familia de su ama de leche. La muerte de su madre, cuando
tenía seis años, le unió afectivamente a su abuela Alessandra. Años después su
padre casó de nuevo con una mujer mucho más joven que él, a quien los hijos
aceptaron y estimaron.
Educación y
primeros trabajos
Deseoso
de remontar la decadencia familiar, se padre hizo que Michelangelo tomara lecciones,
siendo aún muy niño, de Francesco de Urbino, un gramático de Florencia. Pero
Miguel Ángel no disfrutaba con estos estudios y comenzaba a sentir una
irresistible atracción por el dibujo y el arte, lo cual desagradaba enormemente
a su padre y a su tío por considerarlo un oficio manual e indigno de su linaje.
A través de su
amistad con Francesco Granacci, entró en contacto con Doménico Ghirlandaio, un
maestro muralista que tenía un taller de pintura en Florencia y que fue quien
realizó el primer contrato al muchacho, por tres años, tras vencer la oposición
familiar cuando este apenas contaba trece años. En él aprendió la técnica de la
pintura al fresco y destacó pronto por su originalidad, pero su permanencia
allí duró poco tiempo al eximirle de su compromiso su propio instructor.
El contacto con
los Medici
Fue
el mismo Doménico Ghirlandaio quien le recomendó a Lorenzo el Magnífico para
que entrase en la escuela de escultura que había inaugurado en el jardín adyacente
al convento de San Marcos, bajo la dirección de Bertoldo di Giovanni. Buscaba
el magnate alumnos que quisiesen ejercitarse en este arte y les facilitaba el trabajo
poniendo a su alcance su gran colección personal para que pudiesen estudiar los
modelos clásicos. Asombrado por su talento, Lorenzo de Medici instaló a Miguel
Ángel en su propio palacio, tratándolo como a un hijo, para que pudiera desarrollar
su ingenio, y le puso en contacto con los sabios Marsilio Ficino, Cristóforo
Landino, Piccolo della Mirandola y Angelo Poliziano, seguidores de Platón, que
le iniciaron en la cultura clásica y le hicieron ver la necesidad de estudiar y
crear poesía como complemento de su quehacer artístico. Allí conoció a Contessina,
hija del Magnífico, de la que se enamoraría platónicamente, dado que su padre impidió
la relación comprometiéndola con Piero Ridolfi. Miguel Ángel permaneció en el recinto
palaciego seguramente hasta 1492, por lo que presenció las muertes de su
maestro Bertoldo y de Lorenzo el Magnífico. A esta etapa corresponden las esculturas
del Fauno, la Virgen de la escalera y el Combate de los centauros contra los lapitas.
La desaparición de su
protector y el derrumbamiento del mundo en el que se había sentido totalmente
feliz le sumieron en una gran depresión. Retornó a su casa y permaneció durante
un tiempo inactivo, incapaz de crear nada, hasta que se encontró de forma fortuita
con el prior de la orden de los Ermitaños del Santo Spirito, antiguo amigo
suyo, que le sacó de su letargo y animó a acudir a su convento para ejercitarse
con la copias de las obras de arte del monasterio, además de proporcionarle la
posibilidad de acceder al depósito de cadáveres del hospital, anexo al
convento, a fin de que pudiera estudiar la anatomía del cuerpo humano
diseccionando cadáveres, algo que Miguel Ángel había siempre deseado y era
prácticamente imposible de conseguir al considerarse como una profanación y
estar penado con la muerte. En agradecimiento, el artista realizó un cristo de
gran tamaño en madera para el altar mayor del convento.
Volvió de nuevo a instalarse
en el palacio de los Medici invitado por Piero, el hijo mayor y sucesor de
Lorenzo, aunque su relación con él nunca fue tan cordial como había sido con su
antecesor. Esculpió un Hércules de
casi dos metros de tamaño que fue adquirido por los Strozzi.
Una serie de acontecimientos
trágicos cambiaron el rumbo de su vida. La muerte de su abuela, el matrimonio
de Contessina, la influencia desmedida que ejerció en Florencia el monje
dominicano Girolamo Savonarola, los disturbios populares que se originaron en contra
de los Medici, la entrada de Carlos VIII en Florencia como libertador y la
caída y el destierro de Piero (1492) obligaron a Miguel Ángel a abandonar la
ciudad, dirigiéndose primero a Venecia y después a Bolonia. Tenía entonces 19
años.
Breve estancia en Bolonia y nuevo regreso
a Florencia
Huyó Buonarroti a Bolonia,
donde permaneció casi un año protegido por Gianfrancesco Aldovrandi y conoció a
Clarissa Saffi. Durante su estancia en esta ciudad (1494-1495), además de
estudiar la obra de Jacopo della Quercia, se encargó de la finalización del Arca de Santo Domingo, sepulcro comenzado
por Niccolo dell’Arca que había quedado inconcluso tras su muerte, y esculpió Ángel sosteniendo un candelabro y San Prócolo.
Regresó
en 1495 de nuevo a Florencia, dominada por el poder de Savonarola, donde
recibió el encargo de esculpir en mármol blanco un San Juan joven, San Giovannino.
Como
regalo por su vigésimo tercer cumpleaños, su amigo Granacci le entregó un
pequeño bloque de mármol, con el que realizó un Cupido dormido. Lorenzo Popolani le aconsejó tratarlo de forma que
pareciese antiguo, y un marchante le compró la escultura para revenderla más
tarde a Raffaele Riario, un cardenal sobrino nieto del papa Sixto IV. Advertido
el engaño pero sorprendido por la habilidad de su ejecutor, su propietario
encargó al noble Leo Baglioni que viajara a Florencia para descubrir la
identidad de su autor e invitarle a acudir a Roma.
Su primera estancia en Roma
Su primer viaje a la ciudad eterna
fue en julio de 1496 y su estancia duraría algo más de cuatro años. Roma, a
pesar de estar en plena decadencia, asombró a Miguel Ángel por su grandiosidad.
Se instaló primero en la casa
de Baglioni, y poco después, en el palacio del cardenal, aunque sin las
comodidades que le habían ofrecido sus anteriores protectores, algo que no le
importó en absoluto; sin embargo, la inactividad a la que le condenó el
cardenal lo desesperaba y acabó abandonando el palacio y acogiéndose a la
protección del banquero Messere Jacopo Galli, que le compró un Cupido y le encargó un Baco (1496-1498), además de introducirle
en el ambiente cultural romano y presentarle al cardenal Jean Bilhères de
Lagraulas, quien le encargaría su primera escultura para la basílica de San
Pedro, la famosa Piedad (1498-1500),
la única obra que aparece firmada por el artista.
Miguel Ángel decidió
trasladarse entonces a una modesta casa en la que tuvo como discípulo y
ayudante al joven Piero Argiento. A pesar de su éxito como escultor, su vida
era de lo más austera pues prácticamente todo lo que ganaba se lo mandaba a su
familia a Florencia, para solventar las deudas que esta mantenía, sin quejarse
de la explotación a que le sometía.
El cardenal no pudo ver
finalizada la magnífica obra, en la cual la Virgen sostiene con una mano sobre sus rodillas
el cuerpo yacente y desnudo de Cristo, pero su belleza, así como la
grandiosidad y maestría con las que plasma el dolor y la muerte siguen sin
superarse todavía en la actualidad. Sin embargo, la escultura, quizá por la
muerte de quien la encargó, no obtuvo en el momento de su presentación pública
el clamor y reconocimiento que el autor hubiera deseado, por lo que, poco
tiempo después de acabar el encargo, cansado, desanimado y solo, decidió
regresar a Florencia. Era el año 1501
Retorno a Florencia
La ciudad, desde la
desaparición de Savonarola, se había transformado en una democracia al estilo
veneciano y de nuevo las artes habían comenzado a desarrollarse. En la plaza
seguía después de muchos años un gran bloque de mármol semiestropeado que nadie
se atrevía a esculpir y que a Miguel Ángel le atraía sobremanera. Sin embargo,
y a pesar de su prestigio, no logró que se lo asignaran. Cansado de esperar que
le ofreciesen la realización de alguna obra, se trasladó a Siena, donde, por .encargo
del cardenal Francesco Piccolomini, comenzó a esculpir quince santos que debían
servir para decorar su capilla familiar en la catedral, entre ellos un San Pablo, un San Pedro y un San Francisco.
Regresó de nuevo a Florencia
tras comunicarle un amigo que podía hacer realidad su ansiado deseo de esculpir
el bloque, el cual, según algunos testimonios, ni el mismo Leonardo da Vinci se
había atrevido a desbastar cuando se lo ofrecieron. Fue así como firmó, en
agosto de 1501, el contrato para realizar su celebérrimo y monumental David (1501-1504).
No fue el único encargo que
recibió. Hubo de aceptar, por Piero Soderini y por el interés de la propia
ciudad, el compromiso de hacer una copia en bronce del David de Donatello y, posteriormente, unas esculturas en mármol de
Carrara en las que debía representar a los doce apóstoles para la catedral.
Las peticiones de los
ciudadanos acaudalados se sucedieron sin interrupción. Todos querían contar con
una obra del famoso artista. En forma de medallón redondo pintó una Sagrada
Familia para complacer a su amigo Angelo Doni, un rico fabricante de telas, que
deseaba entregarlo a su prometida como regalo de boda, la
Madonna Doni
y realizó otras obras marianas (Madonna y
el Niño, Madonna de Brujas, Madonna Pitti) en relieves de mármol,
destinadas a la oración privada.
Su creciente enemistad con
Leonardo da Vinci le llevó a pintar al fresco la Batalla de Cascina para la sala del gran
consejo del Palacio Viejo, a fin de enfrentar su arte al del otro gran maestro,
al que se creía superior.
Regreso a Roma. La Capilla Sixtina
Miguel Ángel retornó a Roma en
1505, llamado por el papa Julio II, para encargarle la realización de un
monumental sepulcro con el que honrar su memoria tras su muerte, aunque
posteriormente postergó este proyecto al preferir encargarle los frescos que
habrían de decorar la
Capilla Sixtina , tarea que no agradó en exceso al artista,
que se consideraba sobre todo escultor. A pesar de su decepción, no solo asumió
la tarea, sino que amplió y mejoró el proyecto inicial del Papa, considerándose
en la actualidad como una de las obras cumbres del genial creador. Firmó el
contrato en 1508. En las pinturas se reflejan escenas del Génesis (Separación de la luz y las tinieblas, Creación del cielo, Separación de las tierras y las aguas, Creación del hombre, Creación
de Eva, Pecado original y expulsión
del Paraíso, Sacrificio de Noé, Diluvio universal, Arca de Noé), las figuras de las cinco sibilas y los siete profetas,
y los ignudi, figuras juveniles desnudas,
dispuestas por parejas, que sostienen medallones con representaciones bíblicas.
En los lunetos y en las paredes triangulares aparecen representados los
antepasados de Cristo, y en los ángulos extremos de la bóveda, cuatro episodios
de la salvación de Israel.
El sepulcro de Julio II, en el
que trabajó cuarenta años, se retomó en 1513, tras la muerte del Papa e
innumerables disputas con su familia. Pero su proyecto, grandiosidad y
dimensiones se redujeron drásticamente (lo que disgustó de nuevo al escultor
por las grandes ilusiones que en él había puesto), quedando reducido a una
tumba parietal en la que se integraron algunas de las esculturas ya realizadas
por el artista: Moisés (1515), Lía y Raquel. Para el mausoleo también había esculpido entre 1513-1514 Los esclavos (el Esclavo rebelde y el Esclavo
moribundo), actualmente en el Louvre.
Nuevo retorno a
Florencia. Sus primeras obras arquitectónicas
Cuando el hijo de Lorenzo el
Magnífico, el cardenal Giovanni de Medici, accedió al papado con el nombre de
León X, le llamó para que proyectase una suntuosa fachada para la basílica de
San Lorenzo, que no se llegó a realizar. Le encargó la capilla funeraria de los
Medici, en la Sacristía
Nueva , cuyo proyecto inicial de cuatro sepulcros quedó
reducido a dos, en la cual Miguel Ángel integra la arquitectura y la escultura.
Representó a los duques Giuliano y Lorenzo (Il
pensieroso), con armaduras de tipo clásico, y situó La acción y La contemplación
sobre los sarcófagos, que llevan yacentes los desnudos de El día, La noche, La aurora y El crepúsculo. La capilla, con la Madona Medici y los santos
Cosme y Damián, quedó inconclusa al trasladarse definitivamente Miguel Ángel a
Roma. También le encomendó la construcción de la biblioteca Laurenziana para
albergar en ella los tesoros bibliográficos de la familia, obra que terminó
Vasari, en la cual destacan el vestíbulo y la escalinata, proyectados por
Miguel Ángel.
Hasta 1530 participó además
como ingeniero en la fortificación de la ciudad (fortificaciones de San Miniato).
Estancia definitiva en Roma
Al ser derrotada Florencia en
1530 y tras un intento fallido de asesinarlo, Miguel Ángel huyó a Roma, donde
fijó su residencia en 1534, protegido por Clemente VII. Allí compuso poemas (rimas
y sonetos), algunos de ellos dedicados a Vittoria Colonna, marquesa de Pescara,
a la que le unió una gran amistad, e hizo dibujos sobre temas mitológicos, como
La caída de Faetón, retratos, como el
de su amigo Andrea Quaratesi, o
dibujos de carácter religioso, como la Piedad
que regaló a su amiga Colonna.
Pablo III, sucesor de Clemente
VII, le encargó el fresco del Juicio
final (1535-1541), para la Capilla
Sixtina , en la que Cristo Juez sentencia a los vivos y a los
muertos. Esta pintura, que tiene más de trescientas noventa figuras, sería
retocada por Daniele da Volterra por decisión del concilio de Trento, a fin de
encubrir la desnudez de los personajes, aunque ha vuelto a su estado original
tras su restauración.
Los últimos años de su vida los
dedicó fundamentalmente a la arquitectura. Remodeló la plaza del Capitolio
entre 1538-1539, que concibió como un espacio ovalado, en el centro del cual se
colocó la estatua ecuestre de Marco Antonio; realizó las obras de la basílica
de San Pedro (1546), de la que proyectó la cúpula aunque no la finalizó; mejoró
y amplió el proyecto original del palacio Farnesio, haciéndolo más suntuoso, y trabajó
en la porta Pía, que no pudo concluir.
Hubo también de decorar la
capilla privada del Papa con dos nuevas pinturas murales en las que plasmó
escenas de la vida de los apóstoles San Pedro y San Pablo.
Realizó nuevos grupos
escultóricos sobre la Piedad , la Pietà de Palestrina y la Pietà
Rondanini , que seguramente destinaba a su propio sepulcro.
Murió en Roma el día 18 de
febrero de 1564, a
los casi 89 años, rodeado de sus amigos. Cumpliendo su último deseo de ser
enterrado en Florencia, y para evitar que los romanos pudieran impedir el
traslado de sus restos mortales por mantener en ella a tan ilustre personaje, por
orden de Cosme I se trasladó oculto su cadáver hasta traspasar las puertas de
la ciudad a fin de no ser descubierto. Logrado el objetivo, se celebraron
solemnes exequias en San Lorenzo, similares a las que se tributaban a los
grandes hombres de estado y fue enterrado en la iglesia de Santa Croce.
Giorgio Vasari con su Vidas de los más excelentes pintores,
escultores y arquitectos (1550) y Ascanio Condivi con su Biografía (1552) potenciaron aún más la
admiración por Miguel Ángel. Sus obras fueron tomadas ya en vida como
superiores a las de los clásicos.
También su poesía fue admirada
por su gran belleza. Escribió más de trescientos poemas: epigramas, rimas,
sonetos, poemas amorosos y madrigales.
Irving Stone noveló su vida en 1961 en
El tormento y el éxtasis, de la que
se hizo una película en 1965, protagonizada por Charlton Heston.
No hay comentarios:
Publicar un comentario